martes, 23 de diciembre de 2014

NAVIDAD: Las Parrandas de Remedios

Entre la arquitectura colonial de Remedios (Cuba), se celebra una navidad muy poco ortodoxa, en la que se enfrentan festivamente dos barrios a través de un sinfín de fuegos artificiales, desfiles de carrozas y congas callejeras. Gana el que hace el espectáculo más deslumbrante y el veredicto es resultado del clamor popular...




San Juan de los Remedios, más conocida como Remedios, es un municipio y ciudad ubicada al noreste de la provincia de Villa Clara, antigua provincia de Las Villas.
Fundada en 1513, es la octava villa fundada en Cuba por los europeos. Algunos historiadores afirman que es el tercer emplazamiento español más antiguo de Cuba, solamente precedida por Baracoa (1511) y Santiago de Cuba (1515).

LAS PARRANDAS DE REMEDIOS.


Son consideradas la festividad más antigua de Cuba.
Surgió cuando el padre Francisco de Quiñones, -que oficiaba en la Iglesia de la ciudad de la Isla-, en el siglo XVI ante la ausencia de feligreses a la llamada Misa del Gallo, ideó que los muchachos del pueblo despertaran con gritos, pitos y latas a los vecinos, obligándolos a acudir a la ceremonia religiosa.
Es esta una fiesta ruidosa desde su propio nacimiento. Hacia 1871 adoptan la estructura que en lo esencial se mantiene viva. En ella se enfrentan dos barrios: San Salvador y El Carmen. El 24 de diciembre, una vez que las campanas de la Iglesia Parroquial Mayor anuncian las nueve de la noche, cada bando descubre la habilidad creadora en sus trabajos de Plazas y la carroza que cada uno de ellos ha mantenido en secreto durante todo un año. A esto lo acompaña una guerra de fuegos artificiales, morteros y bengalas, así como la música tradicional caracterizada por el repique y la polka y los símbolos de cada parte.
Las parrandas se fueron extendiendo posteriormente y con características parecidas a muchas otras localidades, entre ellas Camajuaní, Caibarién, Vueltas, Falcón, Chambas y otras.
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El sello africano:
Los estudios antropológicos ven una presencia clara de la música y la cultura popular de África subsahariana occidental en las parrandas. Muchos de los primeros participantes de la fiesta eran africanos y su influencia se percibe aun en esta “orquestación social” donde dos grupos se desafían a través de cantos y bailes, dialogando de manera coral. Se provocan a través de las rumbas con estribillos, un rasgo distintivo de ciertos cultos de ascendencia africana. Se oyen incluso en las parrandas ciertos vocablos de origen bantú. La fiesta es entonces una gran teatralización donde el eje de la trama está en derrotar al otro. El escenario abierto del pueblo es donde se desarrolla la acción, que llega a su punto más alto con la entrada final de los dos barrios a la plaza con sus carrozas enfrentadas. Los pobladores intervienen como actor-espectador en un contexto de alta sociabilidad, dos elementos que existen aún hoy en las aldeas más aisladas de África.
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Sobre el final de la fiesta, cada vecino está firmemente convencido de que su barrio ganó la contienda y tanto El Salvador como El Carmen recorren las calles de manera triunfal, dedicándose marchas fúnebres.
Como no hay un jurado tampoco hay ganador oficial. Los argumentos más irracionales se utilizan en estas discusiones de criterio estético al clarear del alba, hasta que todos se van retirando de a poco bajo el fragor de las últimas explosiones.
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Al día siguiente, la prensa se hace eco de cierto consenso extra- oficial acerca de cuál ha sido el ganador. A veces es muy clara la superioridad de un barrio, pero otras no. De todas formas, hay un veredicto popular que termina siendo más o menos aceptado. 
Así concluyen estas navidades tan poco ortodoxas y bastante profanas, marcadas por la expresividad corporal y musical de la impronta africana, como no existen otras siquiera parecidas en ningún lugar del planeta.

jueves, 11 de diciembre de 2014

JOSE RODRIGUEZ FUSTER

El color y la fantasía de José Fuster.

El Picasso del Caribe, un artista de su pueblo.

Fúster nació en Caibarién, Villa Clara, Cuba, en 1946. Pintor, Grabador y Ceramista. Realizó estudios en La Escuela para Instructores de Artes (1963 - 1965. Se inició en el taller de cerámica de Cubanacán. Ha recibido numerosos premios y menciones tanto en Cuba como en el Extranjero. Ha sido condecorado con La Distinción por la Cultura Nacional en el año 1996. Recibió el Reconocimiento "Gitana Tropical" otorgado por la Provincia de Ciudad Habana, año 2005. Recibió Premio por la Obra de la Vida, Otorgada por el Fondo Cubano de Bienes culturales en FIART 2008.


Desde su estudio en el segundo piso, el artista cubano mira lo que ha forjado en el pueblo costero de Jaimanitas y con una gran sonrisa dice: "Estoy completamente loco". Debajo, grandes y coloridos mosaicos y caprichosas esculturas cubren su casa y llenan su jardín, en una explosión de arte que ha transformado su humilde barrio en una isla de luz en medio de los deteriorados suburbios de La Habana. Su casa y estudio son el epicentro del trabajo en desarrollo con el que Fuster ha adornado las viviendas de dos calles con pinturas que recuerdan a Picasso y divertidas figuras de cerámica de las palmeras, gallos y cocodrilos recurrentes en su obra. Frente a su casa, Fuster ha creado una especie de parque comunal que es un gran tablero de ajedrez. Detrás construyó una enorme escultura de 7,6 metros de altura en homenaje a cinco agentes cubanos acusados y encarcelados por espionaje en Estados Unidos, a los que Cuba llama los ´Cinco Héroes´.

Fuster ha sido llamado el "Picasso del Caribe" por su peculiar estilo, y es uno de los artistas cubanos más conocidos en el extranjero. Su obra ha sido expuesta en Europa y en Estados Unidos, 

El artista ve sus ventas como fuente de moneda fuerte para su país necesitado de efectivo. Paga contento los impuestos del 50% de los ingresos por la venta de su obra y dice que invierte buena parte del resto en Jaimanitas, tanto en su trabajo como en ayudar a sus vecinos menos afortunados.










Si quieren conocer más de Fúster y ver más reproducciones de su obra plástica, pueden visitar el siguiente enlace:



lunes, 3 de noviembre de 2014

50 AÑOS DE MAFALDA

MAFALDA,  ¿POR QUÉ LA QUEREMOS TANTO?

Es la tira latinoamericana más vendida en el planeta y no ha perdido vigencia, con sus dudas existenciales, rabietas y preguntas fastidiosas que ella plantea desde su corta edad.

Aunque Quino dejó de dibujarla hace 41 años, en 2014 cumple medio siglo de vigencia inalterable.

Humilde, reservado, ligeramente boca sucia, Joaquín Lavado nunca condujo un automóvil. Siempre prefirió caminar, para poder observar. Con su mujer, Alicia Colombo, decidieron no tener hijos, en parte afectado por la muerte de sus padres cuando él todavía no había alcanzado la mayoría de edad. 

Sus personajes son su lograda descendencia, aunque a muchos, incluidas las primeras Mafaldas, tuviera que calcarlos porque no le salían siempre iguales y porque, según llegó a confesar, eran de hecho bastante malos. "Las ideas son lindas, pero el dibujo es una porquería, no sé cómo te publican", le decía allá por los años 50 Carlos Garaycochea, con quien alternaba tiras en una página de la revista Esto Es. No hacía mucho tiempo que había abandonado la Escuela de Bellas Artes en su Mendoza natal y había llegado a la gran capital a dormir con extraños de pensión siguiendo el sueño de ser dibujante como su tío Joaquín Tejedor. Cuando Quino tenía 3 años el tío le dibujó un caballito azul para distraerlo de los ruidos que venían de la chillona comisaría de al lado de su casa. Le abrió con ese espontáneo detalle la puerta de un reino de trazos sobre papel.

Mafalda se le reveló de casualidad cuando en 1963 le encargaron una tira para anunciar en un diario de forma velada los electrodomésticos Mansfield de la firma Siam Di Tella. Recomendado por el periodista Miguel Brascó, Quino aceptó un trabajo en principio intrascendente cuya única condición argumental era que los nombres de los personajes de esa familia de clase media comenzaran con M de Mansfield. Para la nena eligió Mafalda porque lo encontró citado en una novela de David Viñas llevada al cine el año anterior, Dar la cara, y le pareció simpático. La campaña fracasó porque se descubrió el ardid publicitario. Pero cuando para septiembre del año siguiente su amigo Julián Delgado, con el que tenía la confianza de haber compartido habitación en un albergue familiar de la avenida Forest, le pidió una historieta para la revista Primera Plana, él rescató las tiras de un cajón
"Y bueno -sintetizó cientos de veces-, ahí empezó todo."

Le sugirieron que tuviera un aire a Peanuts que, liderada por Charlie Brown y el fantasioso perro Snoopy, era ya la publicación de su tipo más influyente de Estados Unidos en esa segunda mitad del Siglo XX. Pero Mafalda se distanció de la creación de Charles Schulz no sólo porque la pequeña vivía en la calle Chile esquina Defensa del barrio de San Telmo... Umberto Eco estableció rigurosamente las diferencias entre el trabajo de ambos artistas en el prólogo del primer libro de Mafalda editado en Italia, en 1969:

 "Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta a la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad. Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales que a pesar de todo sí querría integrarla y hacerla feliz, sólo que ella se niega y rechaza todas las ofertas. Charlie Brown vive en un universo infantil del que los adultos están excluidos. Mafalda vive en una relación dialéctica continua con un mundo adulto que ella no estima ni respeta, y al cual ridiculiza, repudia y se opone reivindicando su derecho a seguir siendo una niña. Charlie Brown seguramente leyó a los revisionistas de Freud y busca la armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che".

Desde su rincón porteño hacia el mundo, los dilemas de la nena de los eternos soquetitos blancos fueron publicados en más de 30 países -aunque el dato es impreciso incluso para sus editores por la gran cantidad de copias piratas que circularon- y 15 idiomas. Su triunfante peregrinar comenzó cuando algunos ejemplares cruzaron el Río de la Plata y se diseminaron por Uruguay, en 1966, y llegó hasta el límite con Oceanía: en 2009 se editó en Indonesia.

Esta vieja, caprichosa dilación es antagónica con quienes sí se arriesgaron por ella. Esther Tusquets, en una España atravesada por la censura franquista, se animó a editarla a través de su sello Lumen, en 1970. Había descubierto los primeros libros de Quino en una tienda de usados de Madrid. Tuvo que pedirle a Carlos Barral, dueño de los derechos, que se los cediera. "Mi abuelo era un tozudo que publicaba aquello que quería que fuera su biblioteca particular", contó hace un par de años el nieto del director de Seix Barral, Malcolm Otero Barral. La aclaración que luego hizo el joven no fue muy acertada:
"No es cierto que le haya dicho que no a Gabriel García Márquez con Cien años de soledad. Lo que sí declinó editar fue la Mafalda de Quino porque decía: No publico monigotes”.

Don Barral también había rechazado el manuscrito del que llegaría a ser best seller mundial: El nombre de la Rosa. Tusquets apostó por Quino y en pocos días se vendió de una forma extraordinaria. Sólo el primer cuaderno agotó 5000 ejemplares y comenzó a salvar a la dama de la edición de una anunciada bancarrota.



Mafalda se consigue en Italia, Alemania, Francia, México, Grecia, Finlandia, Holanda, Brasil, Suecia, Dinamarca, Noruega, Japón y hasta en Taiwan traducida al chino mandarín a pesar de la tirria de la rebelde por todo lo relacionado con el gigante asiático.

Hijo de andaluces republicanos y nieto de comunistas militantes todos exiliados en la Argentina -Mafalda se inspiró en la segunda esposa de su abuelo, su abuelastra Teté-, Quino creció signado por la tragedia que supuso la Guerra Civil Española y el avance del fascismo en Europa. "Ello me dio un sentido político de la vida que me gusta reproducir en mis dibujos. De mi ensalada mental surgieron las más brillantes e hilarantes viñetas", ha confesado.



El caldo de hervir del carácter de Mafalda fueron los rotundos, concluyentes años 60 dando contexto a una festiva, agitadora toma de conciencia. Eran los tiempos del pastor Luther King y su sueño; de John F. Kennedy metiéndose el mundo en el bolsillo a fuerza de carisma, y de los Beatles simbolizando los más altos anhelos progresistas. Pero las guerras de Corea en los 50 y la de Vietnam atravesando toda la década posterior le minaron la actitud y las maneras. Por esa sensación de que la paz no llega nunca nace la preocupación constante de Mafalda por el globo terráqueo. Y aunque la pequeña no logró dar respuesta a los problemas del mundo, lo intentó con cada pregunta y argumento. "Para quienes ahora leen a Mafalda, esos argumentos sirven de mucho. No son privativos de una época, sino que siguen siendo válidos y es importante debatirlos", dijo la doctora Carmen Argibay. Ministra de la Corte Suprema y una de las cinco mujeres más destacadas de la justicia argentina, se recibió de abogada el mismo año en que la tira debutó en Primera Plana. Desde entonces la admiraba.

Quino pensó que con el regreso a la democracia en el 73 no tendría sentido continuarla

Mafalda seguiría hablando de los problemas del mundo, que son muy parecidos en todas partes. Pueden tener más relevancia en un lado que en otro, pero aparecen en todas las culturas. Las guerras, las crisis, la miseria, la represión, la xenofobia o la discriminación son temas tan actuales como lo fueron en el período 64-73. Es una lástima que haya resuelto discontinuarla porque la crítica puede ser muy constructiva. Además, hacer pensar a través del humor es uno de los mejores métodos para ampliar el horizonte del conocimiento.



Libertad, alegórica y chiquitita. La tortuga Burocracia, lenta para todo. El capitalista Manolito. Felipe, el tímido romántico que pierde la cabeza por la lánguida Muriel... Quino confesó poseer rasgos de algunos de los personajes de su tira. De Miguelito, que se cuestiona por qué todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto, dijo:
"De chico y de grande me pregunto estupideces que no sirven para nada". Pero en quien más se reconoce es en Felipe: "Para comprar un lápiz daba vueltas, me imaginaba cómo lo iba a pedir: ¿Tendrán? ¿No tendrán? ¿Y si no tienen qué hago?"

Tres de los compinches de Mafalda estuvieron inspirados en personas reales. Guille es Guillermo Lavado, sobrino de Quino, flautista y compositor radicado en Chile. Felipe era Jorge Timossi, uno de los fundadores de la agencia Prensa Latina. Cuando le inquirió si era cierto que él era el niño de los dientes de conejo recibió por correo como toda respuesta el famoso remate de una viñeta: "¿Justo a mí me toca ser como yo?" 

En el capítulo Quino y yo de su libro Cuentecillos y otras alteraciones, Timossi contó:
"Un cierto sabor a mío, el olorcito de alguna conversación olvidada. Resultó entonces que yo era Felipe, o que Felipe era yo, por aquello de mis dientes de conejo, por mis tendencias a la duda, por esos enamoramientos al ritmo de Thelonious Monk".
Manolito se habría inspirado en Anastasio Delgado, pastor de ovejas de Soria, llegado a la Argentina en la década del 20. Julián Delgado, el hombre que publicó por primera vez a Mafalda en un diario, era su hijo menor.

Obsesivo de la documentación luego de que un lector lo tildara de bruto por obviar un detalle cultural en una viñeta sobre un toro y un torero; detallista al punto de irse a un almacén a estudiar una máquina de cortar fiambre antes de dibujarla, Quino es preciso hasta en las cosas más absurdas. Según su editor, "se puede ver todas las ilustraciones de un tratado de ingeniería si es necesario. A los jamones colgados del techo de la cantina, a las botellas de vino o a los tableros de las estaciones de trenes le ponía los nombres de sus amigos o de Monito, como la llama a su mujer, Alicia".



Sentada a la mesa, lista para almorzar, ve aterrada cómo cuadro tras cuadro su madre le acerca un plato de sopa. Entonces gira la cabeza y dice, al límite extremo de la tortura: "Le parecerá triste Raquel, pero en momentos como éste mamá es tan sólo su seudónimo"

Ridículamente simple, profunda y genial, parece infantil aclararlo, pero Mafalda no existe. Es pura alquimia de rayas y puntos en la pluma de un virtuoso.
Así sin ser, a Quino la insurrecta antisopa se le fue de las manos. Eduardo Galeano, que comparó el fenómeno con el de su más celebrado libro, Las venas abiertas de América Latina, cuenta que tuvo el honor de ser testigo de primera mano del momento en el que se acuñó una de las frases más memorables sobre la pequeña: cuando un periodista le preguntó a Julio Cortázar qué opinaba sobre Mafalda y éste contestó "Más me preocupa lo que opine Mafalda sobre mí".

Mafalda salió por última vez en la revista Siete Días un 25 de junio de 1973, diez años y 1928 tiras después de su nacimiento, el 29 de septiembre de 1964. A su autor le gusta utilizar el término suspendida para referirse a la suerte de la rebelde de moñito en la cabeza.
La realidad es que estaba cansado y se empezaba a repetir. ¿Podría haberla dejado descansar para devolverla a la página de un diario un tiempo después? Poco factible, según Quino:
"Al contrario de los de la década del 70, los jóvenes actuales están desilusionados y no quieren cambiar nada. La época en la que yo hacía a Mafalda no se repite. Para empezar, toda la juventud tenía ideales políticos y creíamos, con los Beatles, el Che Guevara, el papa Juan XXIII y el Mayo Francés del 68 que el mundo estaba cambiando para mejor".

Quino está muy mayorcito y arrastra desde hace muchos años problemas en la vista que lo llevaron a colgar definitivamente los guantes del dibujo el año pasado, aunque se despidió formalmente de los medios gráficos en 2009 porque ya no se le ocurrían cosas nuevas que transmitir. A sus 81 años son contadas las ocasiones en que asiste a eventos y agasajos. Este, su año de caricias, lo sorprende guardado en su casa de Madrid o Buenos Aires al cuidado de Alicia. "Mira cine y sigue preocupándose por el mundo -cuenta Divinsky-. Pero su actitud ante homenajes y celebraciones fue siempre la misma: es reacio a los honores." Kuki Miller, socia del fundador de Ediciones de la Flor, refuerza el porqué de esta intransigencia:
 "Es sabido que no le gusta hablar y por eso eligió el dibujo: para expresar lo que piensa, sus convicciones e ideología. No hemos conversado sobre si este aniversario específico le genera algo especial. Pienso que al igual que a nosotros, sus editores, nos da una inquietante magnitud del tiempo, además de provocarnos admiración por la vigencia hasta hoy del personaje y la adhesión que sigue produciendo en el público. Cuando firma ejemplares, en muchos casos van tres generaciones de una misma familia a saludarlo emocionados".
ref. fragmentos extraídos de un artículo de Silvina Dell’Isola para la Revista de La Nación

viernes, 26 de septiembre de 2014

Luis Pescetti

"Una actividad lúdica bien utilizada es una poderosa herramienta de cambio.
Los juegos son herramientas de la alegría, y la alegría además de valer en sí misma es una herramienta de la libertad." (L.P)


Luis María Pescetti, argentino, nació en 1958 en la provincia de Santa Fe. Es escritor de textos para niños y adultos, músico, cantautor, y actor.


Estudió canto, piano, armonía, composición y literatura. Si bien comenzó su actividad profesional como musicoterapeuta y luego como docente, residente en México y Argentina, desarrolló una larga y diversa carrera como autor y actor. Durante doce años realizó la conducción de un programa de radio creado por él su país y en México. También en México hizo televisión  durante 7 años, y en Argentina por otros 3.

Como comediante para adultos y niños se presentó en los más reconocidos teatros y festivales de México, Argentina, Cuba, Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú.

 Tiene editados seis CD’s –"El vampiro negro""Cassette pirata""Bocasucia""Qué público de porquería""Antología" e "Inútil Insistir" (Premio Carlos Gardel 2009) –, y dos DVD’s –"No quiero ir a dormir" y "Luis te ve"–.

Como autor de 25 libros con más de un millón de ejemplares vendidos, está presente en toda Hispanoamérica, EEUU y Alemania. Sus ensayos, novelas y cuentos donde el humor, el juego filosófico y el tratamiento del diálogo ocupan un lugar especial, han sido ganadores de varios premios y menciones como The White Ravens (Alemania) en 3 oportunidades, el Premio Casa de las Américas (Cuba), Fantasía (2000, Argentina) y "Lista de honor de la revista Cuatrogatos" (EEUU, 2001).

Pero el mejor modo de conocer a Luis, es mediante su fino humor:

La suerte de James Bond en el amor


Es pésima. Malo, malo, maleta el hombre para las cosas del amor. Confunde su mamá y la maestra jardinera de su infancia con la mujer que tiene enfrente, y se queda con menos defensas que antes de la invención de la gripe, el pobre.
Ayer vimos una de sus películas, con mucha acción mucha acción, y de repente el hombre se enamora y la película se pone leeenta, lenta, y hay tal tráfico aéreo de pajaritos enamorados que no ocurre un accidente de milagro.
Y fue una lástima para ella porque, ni bien vimos que él se enamoraba, dijimos: “La chava ya valió, sonó, tronó, capút, no dura”. Porque ya lo hubiéramos visto a James de espía y enamorado. No, imposible. El es solitario por una decepción amorosa que no lo deja creyendo en nada a raíz de que cuando se enamora se cree todo.
Se abrazan en una clínica y tumban un equipo médico, ruedan en la arena, y navegan por Venecia como si todo quedara al lado de todo. Cosa que si se pasara en la realidad uno exclamaría “¡Pará, bruto!” “¡Aguas! que se cayó eso”, “¡Cuidado que después hay que pagarlo!”.
A mí la escena que más me gustó fue una en la que ella lo medio ayuda a él y entonces ve cómo James mata a un oponente (que al comenzar la pelicula podría haber preguntado “¿Contra quién voy?”). El caso es que la dama queda tan impresionada que James la encuentra sentada bajo la regadera/ducha dejando correr el agua. Él, que venía de esmoquin, atención, se sienta a su lado, la abraza… un maestro, la verdad, porque por ahí cualquiera de nosotros hubiera dicho ¿Me dejás el baño que lo necesito un minuto? o; “¿Qué hacés mojándote vestida, loca?”. No, él entiende de sólo verla, (ayudado por una música de fondo triiiiste triste triste), se sienta a su lado (aunque iba de negro), la-a-bra-za, le pregunta si tiene frío, ella asiente inclinando la cabeza en uno de sus bíceps y James, atención: estira la mano hacia la canilla y abre más la caliente. Un genio.

Cantando una canción de Virulo en su programa de TV: El niño caníbal...




"Los juegos no son la solución, tampoco varitas mágicas; pero sin duda son un invalorable estí­mulo (si se respeta su espí­ritu) en la dirección de crear una escuela más humana y más alegre." (L.P.)

buajajajá...




"¿Por qué tiene tanta agua el mar?
Para que quepan todos esos peces y las gallinas.
¿Gallinas?, no hay gallinas en el mar.
Por eso,
porque no caben."


Luis


miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL GOLPE A SALVADOR ALLENDE CONTADO POR GARCÍA MARQUEZ

Chile, el golpe y los gringos. (Crónica de una tragedia organizada)

A un año mas del fatídico 11 de Septiembre de 1973, Puente cubano al mundo, quiere  recordarlo en las palabras de un grande, Gabriel García Marquez.
Todo el dolor de truncar un proyecto que podía haber cambiado el continente,  desnudado,  mostrando cuanto se jugaba, y cuanta muerte iban a sembrar para impedirlo.
Los convocamos a sumarse a nuestra evocación de Salvador Allende, y lo que quiso para su Chile y para nuestra América, a través de todo lo que puedan acercarnos,  para exorcizar tanto dolor con la memoria colectiva.

A fines de 1969, tres generales del Pentágono cenaron con cuatro militares chilenos en una casa de los suburbios de Washington. El anfitrión era el entonces coronel Gerardo López Angulo, agregado aéreo de la misión militar de Chile en los Estados Unidos, y los invitados chilenos eran sus colegas de las otras armas. La cena era en honor del Director de la escuela de Aviación de Chile, general Toro Mazote, quien había llegado el día anterior para una visita de estudio. Los siete militares comieron ensalada de frutas y asado de ternera con guisantes, bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde había pájaros luminosos en las playas mientras Washington naufragaba en la nieve, y hablaron en inglés de lo único que parecía interesar a los chilenos en aquellos tiempo: las elecciones presidenciales del próximo septiembre. A los postres, uno de los generales del Pentágono preguntó qué haría el ejército de Chile si el candidato de la izquierda Salvador Allende ganaba las elecciones. El general Toro Mazote contestó: “Nos tomaremos el palacio de la Moneda en media hora, aunque tengamos que incendiarlo”
Uno de los invitados era el general Ernesto Baeza actual director de la Seguridad Nacional de Chile, que fue quien dirigió el asalto al palacio presidencial en el golpe reciente, y quien dio la orden de incendiarlo. Dos de sus subalternos de aquellos días se hicieron célebres en la misma jornada: el general Augusto Pinochet, presidente de la Junta Militar, y el general Javier Palacios, que participó en la refriega final contra Salvador Allende. También se encontraba en la mesa el general de brigada aérea Sergio Figueroa Gutiérrez, actual ministro de obras públicas, y amigo íntimo de otro miembro de la Junta Militar el general del aire Gustavo Leigh, que dio la orden de bombardear con cohetes el palacio presidencial. El último invitado era el actual almirante Arturo Troncoso, ahora gobernador naval de Valparaíso, que hizo la purga sangrienta de la oficialidad progresista de la marina de guerra, e inició el alzamiento militar en la madrugada del once de septiembre.
Aquella cena histórica fue el primer contacto del Pentágono con oficiales de las cuatro ramas chilenas. En otras reuniones sucesivas, tanto en Washington como en Santiago, se llegó al acuerdo final de que los militares chilenos más adictos al alma y a los intereses de los Estados Unidos se tomarían el poder en caso de que la Unidad Popular ganara las elecciones. Lo planearon en frío, como una simple operación de guerra, y sin tomar en cuenta las condiciones reales de Chile.
El plan estaba elaborado desde antes, y no sólo como consecuencia de las presiones de la International Telegraph & Telephone (I.T.T), sino por razones mucho más profundas de política mundial. Su nombre era “Contingency Plan”. El organismo que la puso en marcha fue la Defense Intelligence Agency del Pentágono, pero la encargada de su ejecución fue la Naval Intelligency Agency, que centralizó y procesó los datos de las otras agencias, inclusive la CIA, bajo la dirección política superior del Consejo Nacional de Seguridad. Era normal que el proyecto se encomendara a la marina, y no al ejército, porque el golpe de Chile debía coincidir con la Operación Unitas, que son las maniobras conjuntas de unidades norteamericanas y chilenas en el Pacífico. Estas maniobras se llevaban a cabo en septiembre, el mismo mes de las elecciones y resultaba natural que hubiera en la tierra y en el cielo chilenos toda clase de aparatos de guerra y de hombres adiestrados en las artes y las ciencias de la muerte.
Por esa época, Henry Kissinger dijo en privado a un grupo de chilenos: “No me interesa ni sé nada del Sur del Mundo, desde los Pirineos hacia abajo”. El Contingency Plan estaba entonces terminado hasta su último detalle, y es imposible pensar que Kissinger no estuviera al corriente de eso, y que no lo estuviera el propio presidente Nixon.
Ningún chileno cree que mañana es martes. Chile es un país angosto, con 4.270 kilómetros de largo y 190 de ancho, y con 10 millones de habitantes efusivos, dos de los cuales viven en Santiago, la capital. La grandeza del país no se funda en la cantidad de sus virtudes, sino el tamaño de sus excepciones. Lo único que produce con absoluta seriedad es mineral de cobre, pero es el mejor del mundo, y su volumen de producción es apenas inferior al de Estados Unidos y la Unión Soviética. También produce vinos tan buenos como los europeos, pero exportan poco porque casi todos se los beben los chilenos. Su ingreso per cápita, 600 dólares, es de los más elevados de América Latina, pero casi la mitad del producto nacional bruto se lo reparten solamente 300.000 personas. En 1932, Chile fue la primera república socialista del continente, y se intentó la nacionalización del cobre y el carbón con el apoyo entusiasta de los trabajadores, pero la experiencia sólo duró 13 días. Tiene un promedio de un temblor de tierra cada dos días y un terremoto devastador cada tres años. Los geólogos menos apocalípticos consideran que Chile no es un país de tierra firme sino una cornisa de los Andes en una océano de brumas, y que todo el territorio nacional, con sus praderas de salitre y sus mujeres tiernas, está condenado a desaparecer en un cataclismo.
Los chilenos, en cierto modo, se parecen mucho al país. Son la gente más simpática del continente, les gusta estar vivos y saben estarlo lo mejor posible, y hasta un poco más, pero tienen una peligrosa tendencia al escepticismo y a la especulación intelectual. “Ningún chileno cree que mañana es martes”, me dijo alguna vez otro chileno, y tampoco él lo creía. Sin embargo, aún con esa incredulidad de fondo, o tal vez gracias a ella, los chilenos han conseguido un grado de civilización natural, una madurez política y un nivel de cultura que son sus mejores excepciones. De tres premios Nobel de literatura que ha obtenido América Latina, dos fueron chilenos. Uno de ellos, Pablo Neruda, era el poeta más grande de este siglo.
Todo esto debía saberlo Kissinger cuando contestó que no sabía nada del sur del mundo, porque el gobierno de los Estados Unidos conocía entonces hasta los pensamientos más recónditos de los chilenos. Los había averiguado en 1965, sin permiso de Chile, en una inconcebible operación de espionaje social y político: el Plan Camelot. Fue una investigación subrepticia mediante cuestionarios muy precisos, sometidos a todos los niveles sociales, a todas las profesiones y oficios, hasta en los últimos rincones del país, para establecer de un modo científico el grado de desarrollo político y las tendencias sociales de los chilenos. En el cuestionario que se destinó a los cuarteles, figuraba la pregunta que cinco años después volvieron a oír los militares chilenos en la cena de Washington: “¿Cuál será la actitud en caso de que el comunismo llegue al poder? -La pregunta era capciosa. Después de la operación Camelot, los Estados Unidos sabían a cierta que Salvador Allende sería elegido presidente de la república.
Chile no fue escogido por casualidad para este escrutinio. La antigüedad y la fuerza de su movimiento popular, la tenacidad y la inteligencia de sus dirigentes, y las propias condiciones económicas y sociales del país permitían vislumbrar su destino. El análisis de la operación Camelot lo confirmó: Chile iba a ser la segunda república socialista del continente después de Cuba. De modo que el propósito de los Estados Unidos no era simplemente impedir el gobierno de Salvador Allende para preservar las inversiones norteamericanas. El propósito grande era repetir la experiencia más atroz y fructífera que ha hecho jamás el imperialismo en América Latina: Brasil.
Doña cacerolina se echa a la calle. El 4 de septiembre de 1970, como estaba previsto, el médico socialista y masón Salvador Allende fue elegido presidente de la república. Sin embargo, el Contingency Plan no se puso en práctica. La explicación más corrientes es también la más divertida: alguien se equivocó en el Pentágono, y solicitó 200 visas para un supuesto orfeón naval que en realidad estaba compuesto por especialistas en derrocar gobiernos, y entre ellos varios almirantes que ni siquiera sabían cantar. El gobierno chileno descubrió la maniobra y negó las visas. Este percance, se supone, determinó el aplazamiento de la aventura. Pero la verdad es que el proyecto había sido evaluado a fondo: otras agencias norteamericanas, en especial la CIA y el propio embajador de los Estados Unidos en Chile, Edward Korry, consideraron que el Contingency Plan era sólo una operación militar que no tomaba en cuenta las condiciones actuales de Chile.
En efecto, el triunfo de la Unidad Popular no ocasionó el pánico social que esperaba el Pentágono. Al contrario, la independencia del nuevo gobierno en política internacional, y su decisión en materia económica, crearon de inmediato un ambiente de fiesta social. En el curso del primer año se habían nacionalizado 47 empresas industriales, y más de la mitad del sistema de créditos. La reforma agraria expropió e incorporó a la propiedad social 2.400.000 hectáreas de tierras activas. El proceso inflacionario se moderó: se consiguió el pleno empleo y los salarios tuvieron un aumento efectivo de un 40 por ciento.
El gobierno anterior, presidido por el demócrata cristiano Eduardo Frei, había iniciado un proceso de chilenización del cobre. Lo único que hizo fue comprar el 51 por ciento de las minas, y sólo por la mina de El Teniente pagó una suma superior al precio total de la empresa. La Unidad Popular recuperó para la nación con un solo acto legal todos los yacimientos de cobre explotados por las filiales de compañías norteamericanas, la Anaconda y la Kennecott. Sin indemnización: el gobierno calculaba que las dos compañías habían hecho en 15 años una ganancia excesiva de 80.000 millones de dólares.
La pequeña burguesía y los estratos sociales intermedios, dos grandes fuerzas que hubieran podido respaldar un golpe militar en aquél momento, empezaban a disfrutar de ventajas imprevistas, y no a expensas del proletariado, como había ocurrido siempre, sino a expensas de la oligarquía financiera y el capital extranjero. Las fuerzas armadas, como grupo social, tienen la misma edad, el mismo origen y las mismas ambiciones de la clase media y no tenían motivo, ni siquiera una coartada, para respaldar a un grupo exiguo de oficiales golpistas. Consciente de esa realidad, la Democracia Cristiana no solo no patrocinó entonces la conspiración de cuartel, sino que se opuso resueltamente porque la sabía impopular dentro de su propia clientela.
Su objetivo era otro: perjudicar por cualquier medio la buena salud del gobierno para ganarse las dos terceras partes del Congreso en las elecciones de marzo de 1973. Con esa proporción podía decidir la destitución constitucional del presidente de la república.
La Democracia Cristiana era una grande formación inter-clasista, con una base popular auténtica en el proletariado de la industria moderna, en la pequeña y media industria moderna, en la pequeña y media propiedad campesina, y en la burguesía y la clase media de las ciudades. La Unidad Popular expresaba al proletariado obrero menos favorecido, al proletariado agrícola, a la baja clase media de las ciudades.
La Democracia Cristiana, aliada con el Partido Nacional de extrema derecha, controlaba el Congreso. La Unidad Popular controlaba el poder ejecutivo. La polarización de esas dos fuerzas iba a ser, de hecho, la polarización del país. Curiosamente, el católico Eduardo Frei, que no cree en el marxismo, fue quien aprovechó mejor la lucha de clases, quien la estimuló y exacerbó; con el propósito de sacar de quicio al gobierno y precipitar al país por la pendiente de la desmoralización y el desastre económico.
El bloqueo económico de los Estados Unidos por la expropiaciones sin indemnización y el sabotaje interno de la burguesía hicieron el resto. En Chile se produce todo, desde automóviles hasta pasta dentífrica, pero la industria tiene una identidad falsa: en las 160 empresas más importantes, el 60 por ciento era capital extranjero, y el 80 por ciento de sus elementos básicos importados. Además, el país necesitaba 300 millones de dólares anuales para importar artículos de consumo, y otros 450 millones para pagar los servicios de la deuda externa. Los créditos de los países socialistas no remediaban la carencia fundamental de repuestos, pues toda industria chilena, la agricultura y el transporte, estaban sustentados por equipo norteamericano. La Unión Soviética tuvo que comprar trigo de Australia para mandarlo a Chile, porque ella misma no tenía y a través del Banco de la Europa del Norte, de París, le hizo varios empréstitos sustanciosos en dólares efectivos. Cuba, en un gesto que fue más ejemplar que decisivo, mandó un barco cargado de azúcar regalada. Pero las urgencias de Chile eran descomunales. Las alegres señoras de la burguesía, con el pretexto del racionamiento y de las pretensiones excesivas de los pobres, salieron a la plaza pública haciendo sonar sus cacerolas vacías. No era casual, sino al contrario, muy significativo, que aquel espectáculo callejero de zorros plateados y sombreros de flores ocurriera la misma tarde que Fidel Castro terminaba una visita de treinta días que había sido un terremoto de agitación social.
La última cueca feliz de Salvador Allende. El Presidente Salvador Allende comprendió entonces, y lo dijo, que el pueblo tenía el gobierno pero no tenía el poder. La frase más alarmante, porque Allende llevaba dentro una almendra legalista que era el germen de su propia destrucción: un hombre que peleó hasta la muerte en defensa de la legalidad, hubiera sido capaz de salir por la puerta mayor de la Moneda, con la frente en alto, si lo hubiera destituido el congreso dentro del marco de la constitución.
La periodista y política Rossana Rossanda, que visitó a Allende por aquella época, lo encontró envejecido, tenso y lleno de premoniciones lúgubres, en el diván de cretona amarilla donde había de reposar el cadáver acribillado y con la cara destrozada por un culatazo de fusil. Hasta los sectores más comprensivos de la Democracia Cristiana estaban entonces contra él. “¿Inclusive Tomic?” -le preguntó Rossana.-”Todos”, contestó, Allende.
En vísperas de las elecciones de marzo de 1973, en las cuales se jugaba su destino, se hubiera conformado con que la Unidad Popular obtuviera el 36 por ciento. Sin embargo, a pesar de la inflación desbocada, del racionamiento feroz, del concierto de olla de las cacerolinas alborotadas, obtuvo el 44 por ciento. Era una victoria tan espectacular y decisiva, que cuando Allende se quedó en el despacho, sin más testigos que su amigo y confidente, Augusto Olivares, hizo cerrar la puerta y bailó solo una cueca.
Para la Democracia Cristiana, aquella era la prueba de que el proceso democrático promovido por la Unidad Popular no podía ser contrariado con recursos legales, pero careció de visión para medir las consecuencias de su aventura: es un caso imperdonable de irresponsabilidad histórica. Para los Estados Unidos era una advertencia mucho más importante que los intereses de las empresas expropiadas; era un precedente inadmisible en el progreso pacífico de los pueblos del mundo, pero en especial para los de Francia e Italia, cuyas condiciones actuales hacen posible la tentativa de experiencias semejantes a las de Chile: Todas las fuerzas de la reacción interna y externa se concentraron en un bloque compacto.
En cambio los Partidos de la Unidad Popular cuyas grietas internas era mucho más profundas de lo que se admite, no lograron ponerse de acuerdo con el análisis de la votación de marzo. El gobierno se encontró sin recursos, reclamado desde un extremo por los partidarios de aprovechar la evidente radicalización de las masas para dar un salto decisivo en el cambio social, y los más moderados que temían al espectro de la guerra civil y confiaban en llegar a un acuerdo regresivo con la Democracia Cristiana. Ahora se ve con mucha claridad que esos contactos, por parte de la oposición no eran más que un recurso de distracción para ganar tiempo.
La CIA y el paro patronal. La huelga de camioneros fue el detonante final. Por su geografía fragorosa, la economía chilena está a merced de su transporte rodado. Paralizarlo es paralizar el país. Para la oposición era muy fácil hacerlo, porque el gremio del transporte era de los más afectados por la escasez de repuestos, y se encontraba además amenazado por la disposición del gobierno de nacionalizar el transporte con equipos soviéticos. El paro se sostuvo hasta el final, sin un solo instante de desaliento, porque estaba financiado desde el exterior con dinero efectivo. La CIA inundó de dólares el país para apoyar el Paro Patronal, y esa divisa bajó en la bolsa negra, escribió Pablo Neruda a un amigo en Europa. Una semana antes del golpe se había acabado el aceite, la leche y el pan.
En los últimos días de la Unidad Popular, con la economía desquiciada y el país al borde de la guerra civil, las maniobras del gobierno y de la oposición se centraron en la esperanza de modificar, cada quien a su favor, el equilibrio de fuerzas dentro del ejército. La jugada final fue perfecta: cuarenta y ocho horas antes del golpe, la oposición había logrado descalificar a los mandos superiores que respaldaban a Salvador Allende, y habían ascendido en su lugar, uno por uno, en una serie de enroques y gambitos magistrales a todos los oficiales que habían asistido a la cena de Washington.
Sin embargo, en aquel momento el ajedrez político había escapado a la voluntad de sus protagonistas. Arrastrados por una dialéctica irreversible, ellos mismos terminaron convertidos en ficha de un ajedrez mayor, mucho más complejo y políticamente mucho más importante que una confabulación consciente entre el imperialismo y la reacción contra el gobierno del pueblo. Era una terrible confrontación de clases que la habían provocado, una encarnizada rebatiña de intereses contrapuestos cuya culminación final tenía que ser un cataclismo social sin precedentes en la historia de América.
El ejército más sanguinario del mundo. Un golpe militar, dentro de las condiciones chilenas, no podía ser incruento. Allende lo sabía. No se juega con fuego, le había dicho a la periodista italiana Rossana Rossanda. Si alguien cree que en Chile un golpe militar será como en otros países de América, como un simple cambio de guardia en la Moneda, se equivoca de plano. Aquí, si el ejército se sale de la legalidad. habrá un baño de sangre. Será Indonesia. Esa certidumbre tenía un fundamento histórico.
Las fuerzas armadas de Chile, el contrario de lo que se nos ha hecho creer, han intervenido en la política cada vez que se han visto amenazados sus intereses de clase y lo han hecho con un tremenda ferocidad represiva. Las dos constituciones que ha tenido el país en un siglo fueron impuestas por las armas y el reciente golpe militar era la sexta tentativa de los últimos cincuenta años.
El ímpetu sangriento del ejército chileno le viene de su nacimiento, en la terrible escuela de la guerra cuerpo a cuerpo contra los araucanos, que duró 300 años. Uno de los precursores se vanagloriaba, en 1620, de haber matado con su propia mano, en una sola acción, a más de 2.000 personas. Joaquín Edwards Bello cuenta en sus crónicas que durante una epidemia de tifo exantemático, el ejército sacaba a los enfermos de sus casas y los mataba con un baño de veneno para acabar con la peste. Durante una guerra civil de siete meses en 1891, hubo 10.000 muertos en una sola batalla. Los peruanos aseguran que durante la ocupación de Lima, en la guerra del Pacífico, los militares chilenos saquearon la biblioteca de don Ricardo Palma, pero que no usaban los libros para leerlos, sino para limpiarse el trasero.
Con mayor brutalidad han sido reprimidos los movimientos populares. Después del terremoto de Valparaíso, en 1906, las fuerzas navales liquidaron la organización de los trabajadores portuarios con una masacre de 8.000 obreros. En Iquique, a principios del siglo, una manifestación de huelguistas se refugió en la teatro municipal, huyendo de la tropa y fue ametrallada: hubo 2.000 muertos. El 2 de abril de 1957 el ejército reprimió una asonada civil en el centro de Santiago causando un número de víctimas que nunca se pudo establecer, porque el gobierno escamoteó los cuerpos en entierros clandestinos. Durante una huelga en la mina de El Salvador, bajo el gobierno de Eduardo Frei, una patrulla militar dispersó a bala una manifestación y mató a seis personas, entre ellas varios niños y una mujer encinta. El comandante de la plaza era un oscuro general de 52 años, padre de cinco niños, profesor de geografía y autor de varios libros sobre asuntos militares: Augusto Pinochet.
El mito del legalismo y la mansedumbre de aquel ejército carnicero había sido inventado en interés propio de la burguesía chilena. La Unidad Popular lo mantuvo con la esperanza de cambiar a su favor la composición de clase de los cuadros superiores. Pero Salvador Allende se sentía más seguro entre los carabineros, un cuerpo armado de origen popular y campesino que estaba bajo el mando directo del presidente de la república. En efecto, sólo los oficiales más antiguos de los Carabineros secundaron el golpe. Los oficiales jóvenes se atrincheraron en la escuela de Sub-oficiales de Santiago y resistieron durante cuatro días, hasta que fueron aniquilados desde el aire con bombas de guerra.
Esa fue la batalla más conocida de la contienda secreta que se libró en el interior de los cuarteles la víspera del golpe. Los golpistas asesinaron a los oficiales que se negaron a secundarlos y a los que no cumplieron las órdenes de represión. Hubo sublevaciones de regimientos enteros, tanto en Santiago como en la provincia que fueron reprimidas sin clemencia y sus promotores fueron fusilados para escarmiento de la tropa. El comandante de los coraceros de Viña del Mar, coronel Cantuarias, fue ametrallado por sus subalternos. El gobierno actual ha hecho creer que muchos de esos soldados leales fueron víctimas de la resistencia popular. Pasará tiempo antes de que se conozcan las proporciones reales de esa carnicería interna, porque los cadáveres eran sacados de los cuarteles en camiones de basura y sepultados en secreto. En definitiva, sólo medio centenar de oficiales de confianza, al frente de tropas depuradas de antemano, se hicieron cargo de la represión.
Numerosos agentes extranjeros tomaron parte en el drama. El bombardeo del palacio de la Moneda, cuya precisión técnica asombró a los expertos, fue hecho por un grupo de acróbatas aéreos norteamericanos que habían entrado con la pantalla de la operación Unitas, para ofrecer un espectáculos de circo volador el próximo 18 de septiembre, día de la independencia nacional. Numerosos policías secretos de los gobiernos vecinos, infiltrados por la frontera de Bolivia, permanecieron escondidos hasta el día del golpe y desataron una persecución encarnizada contra unos 7.000 refugiados políticos de otros países de América Latina.
Brasil, patria de los gorilas mayores, se había encargado de ese servicio. Había promovido, dos años antes, el golpe reaccionario en Bolivia que quitó a Chile un respaldo sustancial y facilitó la infiltración de toda clase de recursos para la subversión. Algunos de los empréstitos que han hecho los Estados Unidos al Brasil han sido transferidos en secreto a Bolivia para financiar la subversión en Chile. En 1972, el general William Westmoreland hizo un viaje secreto a La Paz, cuya finalidad no se ha revelado. No parece casual, sin embargo, que poco después de aquella visita sigilosa, se iniciaran movimientos de tropa y material de guerra en la frontera con Chile y esto dio a los militares chilenos una oportunidad más de afianzar su posición interna y de hacer desplazamientos de personal y promociones jerárquicas favorables al golpe inminente.
Por fin, el 11 de septiembre, mientras se adelantaba la operación Unitas, se llevó a cabo el plan original de la cena de Washington, con tres años de retraso, pero tal como se había concebido: no como un golpe de cuartel convencional, sino como una devastadora operación de guerra.
Tenía que ser así, porque no se trataba de tumbar a un gobierno, sino de implantar la tenebrosa simiente del Brasil, con sus terribles máquinas de terror, de tortura y de muerte, hasta que no quedara en Chile ningún rastro de las condiciones políticas y sociales que hicieron posible la Unidad Popular. Cuatro meses después del golpe, el balance era atroz: casi 20.000 personas asesinadas; 30.000 prisioneros políticos sometidos a torturas salvajes, 25.000 estudiantes expulsados y más 200.000 obreros licenciados. La etapa más dura, sin embargo; aún no había terminado.
La verdadera muerte de un presidente. A la hora de la batalla final, con el país a merced de las fuerzas desencadenadas de la subversión, Salvador Allende continuó aferrado a la legalidad. La contradicción más dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario apasionado y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno sino desde el poder.
Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en le refugio de un presidente sin poder. Resistió durante seis horas, con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás. El periodista Augusto Olivares, que resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió desangrándose en la Asistencia Pública.
Hacia las cuatro de la tarde, el general de división Javier Palacios logró llegar al segundo piso, con su ayudante, el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí, entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de dragones chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando, estaba en mangas de camisa, sin corbata, y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.
Allende conocía bien al general Palacios. Pocos días antes, le había dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso que mantenía contactos estrechos con la Embajada de los Estados Unidos. Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó: “Traidor” y lo hirió en una mano.
Allende murió en un intercambio de disparos con esta patrulla. Luego, todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último, un suboficial le destrozó la cara con la culata del fusil. La foto existe: la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio, el único a quien se permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado, que a la señora Hortensia Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en el ataúd, pero no permitieron que le descubriera la cara.
Había cumplido 64 años en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible. Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los perros y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas perfumadas y encuentros furtivos. Su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que los había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la libertad de los partidos de oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro. El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre.