Buenos Aires. Monte de Piedad. Casa de Empeños. Tarde fría, cálida, gris, soleada... ¿quién se acuerda? Entra un violín de la mano de un negro en harapos. Fue hace cien años, en 1911. Nadie está vivo ya para acordarse. Este negro que necesita dinero para comer dice que el violín no es robado.
— Sí señor, es mío.
— Le doy diez pesos.
—Yo ahora soy pobre, pero fui rico y famoso. Es un gran violín.
— Le doy diez pesos.
— Escuche usté.
Empuña el arco y suena la cascada de octavas, las tercerolas, un fragmento del concierto para violín de Mendelsohn.
— Le doy diez pesos.
— Los necesito, pero no lo venda, por favor. En tres días volveré a buscarlo con el dinero.
El dueño de la tienda extendió el recibo, le dio los diez pesos. El negro no volvió.
El 1 de junio de 1911 se recibió una llamada en el servicio de Asistencias bonaerense. Desde una fonda y posada llamaban para solicitar el auxilio a un moribundo. En la sala de urgencias le quitan un chaleco recamado, que debió de ser muy costoso. Registran sus bolsillos y encuentran recortes de críticas musicales de The Musical Times, de Londres, del Corriere Italiano de Florencia. Y programas doblados y borrosos donde aún puede leerse con claridad: "Intérprete: el violinista cubano Claudio Brindis de Salas. Barón, miembro de la Légion d'Honneur y músico de la corte alemana".
Parece leyenda, mito urbano acompañado de violín, pero es verdad. La noticia necrológica de 1911 está recogida por el escritor y periodista uruguayo-argentino Juan José de Soiza Reilly, figura también controvertida, carismática, investigador de las luces y las sombras de los genios barriobajeros, del lumpen artístico y de la bohemia oscura de la época.
La vida supera a la literatura en la tragedia, es un tópico. ¿Quién iba a creer, en una América de principios de un siglo XX, todavía marcada por los desatinos de la esclavitud, que un negro pobre podía ser el digno dueño de un violín Stradivarius? Pero un violín de coleccionista, tan valorado en las actuales subastas de Sotheby's, no sirve para el pan de un músico cuando no hay conciertos que tocar.
Puesto que no existen grabaciones de este músico ni la de su padre, muerto también en la pobreza en honor y recuerdo de ambos, padre e hijo, les pongo un requiem de otro notable músico cubano, Esteban Salas (1725-1803), sacerdote, que compuso mucha música religiosa, especialmente coral, barroca, y resulta ser la mas antigua música grabada culta cubana que se conserva y de cuya música se afirma que teniendo la impronta europea ya presenta elementos latinoamericanos; también compuso villancicos de hermosos versos.
Y no se pierdan este otro de Esteban Salas, con coro Exaudi, de Cuba, claro: Qué dulce melodía
Claudio Brindis de Salas, padre (1800-1872)
Era violinista, también dominaba el contrabajo y poseía una hermosa voz de barítono, componía, pero debió dedicarse a la música popular para ganarse la vida. Dirigió por ello la más popular banda de música bailable de su tiempo (contradanzas, minuets, valses), La concha de oro que podia llegar a tener hasta cien músicos en ocasiones.
Fue victima, como varios otros músicos, literatos y poetas negros y mestizos de la represión desatada por la llamada conspiración antiesclavista de La Escalera, 1844. Fue encarcelado, torturado, desterrado de Cuba y "amnistiado" posteriormente por el gobernante Marqués de Someruelos, pero a su regreso a Cuba no volvió a cosechar los éxitos de antaño y murió en la pobreza y el olvido. Los músicos y los poetas eran parte de esa intelligensia negra que podía resultar peligrosa para el sector dominante, y por ello se vieron involucrados en el fenómeno de la conspiración antiesclavista, la mayoría sin pruebas que los implicaran. .
Claudio Brindis de Salas, hijo (1852-1911)
Su padre, quien le habia enseñado sus primeras lecciones de violín, decidió muy temprano que su hijo estudiara en Europa, escapando de igual suerte que la de él mismo como negro habia corrido, para lo cual logró aportes de personas pudientes en Cuba y fuera de ésta que vieron en el niño un talento prodigioso al verlo ejecutando complicadas piezas cultas musicales. Muy temprano pudo trasladarse a Paris y estudiar en su conservatorio.
Su virtuosismo y su pasión de intérprete parecen estar fuera de toda duda. El repertorio interpretado estaba plagado de grandes dificultades y respondía a todas las exigencias técnicas que habían hecho famosos a Nicolo Paganini, a Pablo Sarasate, y al cubano José White. En cualquier caso, el genio de Brindis de Salas no pasaba inadvertido ni para el público ni para la crítica y al finalizar sus estudios ya era conocido por el sobrenombre de "El Paganini negro" y también como "El Rey de las octavas". Lo cierto es que Claudio Brindis de Salas, hijo, incluía en todos sus conciertos obras de una brillantez que no dejaba indiferente a ningún auditorio europeo.
Brindis se había convertido en lo que su padre quería: un triunfador excelso que tocaba en La Scala, en San Petersburgo, La Fenice y ante las grandes cabezas aristocráticas de Europa, desde el Rey de España hasta el Kaiser Wilhem II de Alemania. El emperador quedó fascinado con su arte y decidió que aquél negro merecía mucho más que aplausos. Ante la mirada atónita de sus coetáneos, el Guillermo II le hizo barón del Imperio alemán y lo nombró violinista de su corte. Francia le concedió la orden de la Legión de Honor, la Cruz de Carlos III el rey de España.
Brindis se casó entonces con una dama de la nobleza alemana, olvidando un episodio matrimonial de unos años antes en la Martinica. Pero pesaba en él la carga de la necesidad de demostrar, de probar, de ostentar. Continuó con sus conciertos de repertorio espectacular, los alardes técnicos y la gestualidad romántica que ya estaba en vías de desaparición.
Comenzaron entonces las críticas adversas. Algún crítico señalaba en 1885 que más "era un virtuoso que un artista" y que su programa había sido en su mayor parte efectista . Esa crítica, aparecida en The Musical Times, puede haber sido el comienzo de una serie de tropiezos marcados por la decepción y el cansancio. Entonces vuelve sus ojos a América y se suceden sus presentaciones en México, Argentina, Santo Domingo, Puerto Rico, Estados Unidos.
Buenos Aires fue con él particularmente generosa. Cosechó enormes triunfos y fue allí donde le regalaron un violín Stradivarius, que le acompañó por muchos años en noches de música todavía gloriosas. Para entonces se había olvidado de su familia alemana, de su círculo en Francia. Sólo quedaba la obsesión de la gloria y una necesidad acuciante de sobrevivir cada vez con menos.
Solo quería vivir de su música. De país en país y de barco en barco. Con sus programas, sus recortes de periódicos y sus condecoraciones a cuestas.
Pero los grandes de Europa lo olvidaron y Cuba, la del padre vencido y olvidado, le era a la vez temida y ajena.