lunes, 3 de noviembre de 2014

50 AÑOS DE MAFALDA

MAFALDA,  ¿POR QUÉ LA QUEREMOS TANTO?

Es la tira latinoamericana más vendida en el planeta y no ha perdido vigencia, con sus dudas existenciales, rabietas y preguntas fastidiosas que ella plantea desde su corta edad.

Aunque Quino dejó de dibujarla hace 41 años, en 2014 cumple medio siglo de vigencia inalterable.

Humilde, reservado, ligeramente boca sucia, Joaquín Lavado nunca condujo un automóvil. Siempre prefirió caminar, para poder observar. Con su mujer, Alicia Colombo, decidieron no tener hijos, en parte afectado por la muerte de sus padres cuando él todavía no había alcanzado la mayoría de edad. 

Sus personajes son su lograda descendencia, aunque a muchos, incluidas las primeras Mafaldas, tuviera que calcarlos porque no le salían siempre iguales y porque, según llegó a confesar, eran de hecho bastante malos. "Las ideas son lindas, pero el dibujo es una porquería, no sé cómo te publican", le decía allá por los años 50 Carlos Garaycochea, con quien alternaba tiras en una página de la revista Esto Es. No hacía mucho tiempo que había abandonado la Escuela de Bellas Artes en su Mendoza natal y había llegado a la gran capital a dormir con extraños de pensión siguiendo el sueño de ser dibujante como su tío Joaquín Tejedor. Cuando Quino tenía 3 años el tío le dibujó un caballito azul para distraerlo de los ruidos que venían de la chillona comisaría de al lado de su casa. Le abrió con ese espontáneo detalle la puerta de un reino de trazos sobre papel.

Mafalda se le reveló de casualidad cuando en 1963 le encargaron una tira para anunciar en un diario de forma velada los electrodomésticos Mansfield de la firma Siam Di Tella. Recomendado por el periodista Miguel Brascó, Quino aceptó un trabajo en principio intrascendente cuya única condición argumental era que los nombres de los personajes de esa familia de clase media comenzaran con M de Mansfield. Para la nena eligió Mafalda porque lo encontró citado en una novela de David Viñas llevada al cine el año anterior, Dar la cara, y le pareció simpático. La campaña fracasó porque se descubrió el ardid publicitario. Pero cuando para septiembre del año siguiente su amigo Julián Delgado, con el que tenía la confianza de haber compartido habitación en un albergue familiar de la avenida Forest, le pidió una historieta para la revista Primera Plana, él rescató las tiras de un cajón
"Y bueno -sintetizó cientos de veces-, ahí empezó todo."

Le sugirieron que tuviera un aire a Peanuts que, liderada por Charlie Brown y el fantasioso perro Snoopy, era ya la publicación de su tipo más influyente de Estados Unidos en esa segunda mitad del Siglo XX. Pero Mafalda se distanció de la creación de Charles Schulz no sólo porque la pequeña vivía en la calle Chile esquina Defensa del barrio de San Telmo... Umberto Eco estableció rigurosamente las diferencias entre el trabajo de ambos artistas en el prólogo del primer libro de Mafalda editado en Italia, en 1969:

 "Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta a la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad. Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales que a pesar de todo sí querría integrarla y hacerla feliz, sólo que ella se niega y rechaza todas las ofertas. Charlie Brown vive en un universo infantil del que los adultos están excluidos. Mafalda vive en una relación dialéctica continua con un mundo adulto que ella no estima ni respeta, y al cual ridiculiza, repudia y se opone reivindicando su derecho a seguir siendo una niña. Charlie Brown seguramente leyó a los revisionistas de Freud y busca la armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che".

Desde su rincón porteño hacia el mundo, los dilemas de la nena de los eternos soquetitos blancos fueron publicados en más de 30 países -aunque el dato es impreciso incluso para sus editores por la gran cantidad de copias piratas que circularon- y 15 idiomas. Su triunfante peregrinar comenzó cuando algunos ejemplares cruzaron el Río de la Plata y se diseminaron por Uruguay, en 1966, y llegó hasta el límite con Oceanía: en 2009 se editó en Indonesia.

Esta vieja, caprichosa dilación es antagónica con quienes sí se arriesgaron por ella. Esther Tusquets, en una España atravesada por la censura franquista, se animó a editarla a través de su sello Lumen, en 1970. Había descubierto los primeros libros de Quino en una tienda de usados de Madrid. Tuvo que pedirle a Carlos Barral, dueño de los derechos, que se los cediera. "Mi abuelo era un tozudo que publicaba aquello que quería que fuera su biblioteca particular", contó hace un par de años el nieto del director de Seix Barral, Malcolm Otero Barral. La aclaración que luego hizo el joven no fue muy acertada:
"No es cierto que le haya dicho que no a Gabriel García Márquez con Cien años de soledad. Lo que sí declinó editar fue la Mafalda de Quino porque decía: No publico monigotes”.

Don Barral también había rechazado el manuscrito del que llegaría a ser best seller mundial: El nombre de la Rosa. Tusquets apostó por Quino y en pocos días se vendió de una forma extraordinaria. Sólo el primer cuaderno agotó 5000 ejemplares y comenzó a salvar a la dama de la edición de una anunciada bancarrota.



Mafalda se consigue en Italia, Alemania, Francia, México, Grecia, Finlandia, Holanda, Brasil, Suecia, Dinamarca, Noruega, Japón y hasta en Taiwan traducida al chino mandarín a pesar de la tirria de la rebelde por todo lo relacionado con el gigante asiático.

Hijo de andaluces republicanos y nieto de comunistas militantes todos exiliados en la Argentina -Mafalda se inspiró en la segunda esposa de su abuelo, su abuelastra Teté-, Quino creció signado por la tragedia que supuso la Guerra Civil Española y el avance del fascismo en Europa. "Ello me dio un sentido político de la vida que me gusta reproducir en mis dibujos. De mi ensalada mental surgieron las más brillantes e hilarantes viñetas", ha confesado.



El caldo de hervir del carácter de Mafalda fueron los rotundos, concluyentes años 60 dando contexto a una festiva, agitadora toma de conciencia. Eran los tiempos del pastor Luther King y su sueño; de John F. Kennedy metiéndose el mundo en el bolsillo a fuerza de carisma, y de los Beatles simbolizando los más altos anhelos progresistas. Pero las guerras de Corea en los 50 y la de Vietnam atravesando toda la década posterior le minaron la actitud y las maneras. Por esa sensación de que la paz no llega nunca nace la preocupación constante de Mafalda por el globo terráqueo. Y aunque la pequeña no logró dar respuesta a los problemas del mundo, lo intentó con cada pregunta y argumento. "Para quienes ahora leen a Mafalda, esos argumentos sirven de mucho. No son privativos de una época, sino que siguen siendo válidos y es importante debatirlos", dijo la doctora Carmen Argibay. Ministra de la Corte Suprema y una de las cinco mujeres más destacadas de la justicia argentina, se recibió de abogada el mismo año en que la tira debutó en Primera Plana. Desde entonces la admiraba.

Quino pensó que con el regreso a la democracia en el 73 no tendría sentido continuarla

Mafalda seguiría hablando de los problemas del mundo, que son muy parecidos en todas partes. Pueden tener más relevancia en un lado que en otro, pero aparecen en todas las culturas. Las guerras, las crisis, la miseria, la represión, la xenofobia o la discriminación son temas tan actuales como lo fueron en el período 64-73. Es una lástima que haya resuelto discontinuarla porque la crítica puede ser muy constructiva. Además, hacer pensar a través del humor es uno de los mejores métodos para ampliar el horizonte del conocimiento.



Libertad, alegórica y chiquitita. La tortuga Burocracia, lenta para todo. El capitalista Manolito. Felipe, el tímido romántico que pierde la cabeza por la lánguida Muriel... Quino confesó poseer rasgos de algunos de los personajes de su tira. De Miguelito, que se cuestiona por qué todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto, dijo:
"De chico y de grande me pregunto estupideces que no sirven para nada". Pero en quien más se reconoce es en Felipe: "Para comprar un lápiz daba vueltas, me imaginaba cómo lo iba a pedir: ¿Tendrán? ¿No tendrán? ¿Y si no tienen qué hago?"

Tres de los compinches de Mafalda estuvieron inspirados en personas reales. Guille es Guillermo Lavado, sobrino de Quino, flautista y compositor radicado en Chile. Felipe era Jorge Timossi, uno de los fundadores de la agencia Prensa Latina. Cuando le inquirió si era cierto que él era el niño de los dientes de conejo recibió por correo como toda respuesta el famoso remate de una viñeta: "¿Justo a mí me toca ser como yo?" 

En el capítulo Quino y yo de su libro Cuentecillos y otras alteraciones, Timossi contó:
"Un cierto sabor a mío, el olorcito de alguna conversación olvidada. Resultó entonces que yo era Felipe, o que Felipe era yo, por aquello de mis dientes de conejo, por mis tendencias a la duda, por esos enamoramientos al ritmo de Thelonious Monk".
Manolito se habría inspirado en Anastasio Delgado, pastor de ovejas de Soria, llegado a la Argentina en la década del 20. Julián Delgado, el hombre que publicó por primera vez a Mafalda en un diario, era su hijo menor.

Obsesivo de la documentación luego de que un lector lo tildara de bruto por obviar un detalle cultural en una viñeta sobre un toro y un torero; detallista al punto de irse a un almacén a estudiar una máquina de cortar fiambre antes de dibujarla, Quino es preciso hasta en las cosas más absurdas. Según su editor, "se puede ver todas las ilustraciones de un tratado de ingeniería si es necesario. A los jamones colgados del techo de la cantina, a las botellas de vino o a los tableros de las estaciones de trenes le ponía los nombres de sus amigos o de Monito, como la llama a su mujer, Alicia".



Sentada a la mesa, lista para almorzar, ve aterrada cómo cuadro tras cuadro su madre le acerca un plato de sopa. Entonces gira la cabeza y dice, al límite extremo de la tortura: "Le parecerá triste Raquel, pero en momentos como éste mamá es tan sólo su seudónimo"

Ridículamente simple, profunda y genial, parece infantil aclararlo, pero Mafalda no existe. Es pura alquimia de rayas y puntos en la pluma de un virtuoso.
Así sin ser, a Quino la insurrecta antisopa se le fue de las manos. Eduardo Galeano, que comparó el fenómeno con el de su más celebrado libro, Las venas abiertas de América Latina, cuenta que tuvo el honor de ser testigo de primera mano del momento en el que se acuñó una de las frases más memorables sobre la pequeña: cuando un periodista le preguntó a Julio Cortázar qué opinaba sobre Mafalda y éste contestó "Más me preocupa lo que opine Mafalda sobre mí".

Mafalda salió por última vez en la revista Siete Días un 25 de junio de 1973, diez años y 1928 tiras después de su nacimiento, el 29 de septiembre de 1964. A su autor le gusta utilizar el término suspendida para referirse a la suerte de la rebelde de moñito en la cabeza.
La realidad es que estaba cansado y se empezaba a repetir. ¿Podría haberla dejado descansar para devolverla a la página de un diario un tiempo después? Poco factible, según Quino:
"Al contrario de los de la década del 70, los jóvenes actuales están desilusionados y no quieren cambiar nada. La época en la que yo hacía a Mafalda no se repite. Para empezar, toda la juventud tenía ideales políticos y creíamos, con los Beatles, el Che Guevara, el papa Juan XXIII y el Mayo Francés del 68 que el mundo estaba cambiando para mejor".

Quino está muy mayorcito y arrastra desde hace muchos años problemas en la vista que lo llevaron a colgar definitivamente los guantes del dibujo el año pasado, aunque se despidió formalmente de los medios gráficos en 2009 porque ya no se le ocurrían cosas nuevas que transmitir. A sus 81 años son contadas las ocasiones en que asiste a eventos y agasajos. Este, su año de caricias, lo sorprende guardado en su casa de Madrid o Buenos Aires al cuidado de Alicia. "Mira cine y sigue preocupándose por el mundo -cuenta Divinsky-. Pero su actitud ante homenajes y celebraciones fue siempre la misma: es reacio a los honores." Kuki Miller, socia del fundador de Ediciones de la Flor, refuerza el porqué de esta intransigencia:
 "Es sabido que no le gusta hablar y por eso eligió el dibujo: para expresar lo que piensa, sus convicciones e ideología. No hemos conversado sobre si este aniversario específico le genera algo especial. Pienso que al igual que a nosotros, sus editores, nos da una inquietante magnitud del tiempo, además de provocarnos admiración por la vigencia hasta hoy del personaje y la adhesión que sigue produciendo en el público. Cuando firma ejemplares, en muchos casos van tres generaciones de una misma familia a saludarlo emocionados".
ref. fragmentos extraídos de un artículo de Silvina Dell’Isola para la Revista de La Nación