martes, 25 de febrero de 2020

Mi papá

Ruego a los posibles lectores que, de ser posible, escuchen la música del siguiente video al tiempo que leen la entrada.
Mil gracias.




Hoy por hoy existe un hecho incontrovertible y absoluto, incuestionable y de total certeza, mi papá está muerto y nada se puede hacer al respecto.

Guillermo González Ruiz


Nació el 28 de abril de 1938 en el centro del Universo, la Ciudad de México, primero de cuatro hermanos.
Mis abuelos paternos, si bien siempre atentos y cariñosos, fueron duros con la educación de sus hijos, sobre todo su papá.



Mi abuelo Guillermo


Mi abuelita Chelo



Mi abuelo no tuvo una infancia fácil, creció, padeció y sobrevivió a la Revolución Mexicana y desde muy joven sacó a relucir su espíritu aventurero y su absoluta rectitud.
A los hijos les enseñaron a ser tremendamente consecuentes por medio de la ciega obediencia la disciplina y el castigo ante la más mínima falta.
Mi abuelo tuvo un trabajo que le obligaba a ir de un lado a otro de la República, así que cuando llegaba, tras semanas de ausencia, ya mi abuela le tenía pronta una lista con las faltas cometidas por cada uno de los hermanos.
Con esta información mi abuelo aplicaba el castigo que creía merecían cada uno de los vástagos.
Mi papá, al ser el hermano mayor, tenía más responsabilidad y por tanto, peor castigo.
Al crecer los hermanos mi abuelo cargaba con todos para para cumplimentar su trabajo. Así, era de lo más normal estar en Pochutla, pueblo de Oaxaca, a treinta grados a la sombra y changos en las palmeras y el lunes siguiente amanecer en Monterrey a menos dos grados y con los burros de carga escarchados por la helada.
Entre mudanzas y castigos mi papá buscó la oportunidad de librar con la carga, y la encontró con el llamado de Dios al sacerdocio, con la esperanza en la paz entró al seminario.






No le fue bien, incluso le fue muy mal, el maltrato y los abusos pusieron fin a su sueño apostólico y en cuanto pudo abandonó el seminario.
Debe ser en esta época que calló en sus manos “El libro de las tierras vírgenes” de  Kipling, libro que definitivamente entró en su corazón.
Después del seminario, encontró una interesante veta de actividad en el baile, fue asiduo a los salones de finales de los cuarentas, mediados de los cincuentas, lugares como Salón Los Ángeles, el California, los Infiernos o el Esmirna entre otros, lugares donde lo conocieron con el sobrenombre de “Ramoncito”, y fue tal su éxito que incluso le dedicaban bailes.


Ex convento de San Jerónimo

Paréntesis aparte, el Esmirna, conocido como “El Esmeril” se encontraba en el ex convento de San Jerónimo. “Bailábamos sobre la tumba de Sor Juana sin darnos cuenta” comentaba orgulloso “El General”, otro gran bailarín asiduo a estos salones.
Poco después encontró otra oportunidad de quitarse de la tutela familiar, conoció a una linda muy linda joven.




Si bien al principio se detestaron, terminaron por enamorarse y al poco se casaron.
Del matrimonio nacimos cinco hermanos, aunque hay una que insiste que tiene pedigrí y que se cuece aparte. Allá ella.
De los ires y venires hay mil historias, y mil más tras la memoria refrescada, unas buenas, otras no tanto.





Recuerdo con cariño cuando nos trató de mantener despiertos para ver el alunizaje, apenas lo logró, o cuando nos llevaron a ver Fantasía a un autocinema, ahí si caímos.
Mis papás ya para entonces dejaron de compartir puntos importantes, mi mamá siguió (y sigue) creyendo en Dios mientras que mi papá dejó de creer.
Era de una tremenda importancia para mi mamá que hiciéramos la primera comunión, no así para mi papá.
Así que totalmente a escondidas y con mis abuelos maternos como únicos testigos mi hermana mayor y yo hicimos este rito, salvo el cura, mi madre, mis abuelos nosotros dos y Dios, nadie más se enteró.
Poco, muy poco tiempo después mi bisabuela Catalína (abuelita de mi papá) con más de cien años a cuestas y sabedora de ser la última de su generación, pidió como casi última voluntad ver a sus bisnietos cumpliendo con los ritos sagrados.
Era una manita de puerco transgeneracional y mi papá no tuvo otra que acceder, así que los que sabíamos de la primera primera comunión callamos como angelitos mudos e hicimos la primera comunión por segunda vez.
No estoy seguro de si mi papá se enteró alguna vez de este asunto.
Aún más recuerdo cuando el 30 de abril de 1975 dijo lleno de emoción que Vietnam había vencido al ejército de Estados Unidos.
Me queda grabado a fuego el día que conocimos a una familia argentina, exiliada por el régimen militar del nefasto Videla.
Mis papás fueron de inmediato a comprarles una despensa que les fue entregada sin pedir nada a cambio, tengo que decir que la familia argentina pagó aquella despensa con una estrecha amistad.
Uno de esos días, casi como cualquier otro, mi papá se fue a Cuba a un congreso médico (mi papá diseñaba y fabricaba aparatos electromédicos), a su regreso nos comentó su experiencia, sus vivencias, la que más recuerdo es que había muchos bustos a Martí y que estaban llenos de flores.


En el Iztacihuatl

Unos años después mis padres se fueron a vivir a Amecameca, la verdad es que para entonces compartían vivienda pero ya no sueños ni metas, además para entonces los dos hermanos mayores vivíamos fuera de potestad, así que no fuimos testigos directos del derrumbe de las ruinas de lo que alguna vez fue un amor eterno.
Al muy poco tiempo se separaron irremediablemente.
Mi papá tuvo una vida casi gitana, iba y venía de un lado a otro, de una casa a otra, de una región a otra, era casi como si el espíritu de mi abuelo manejara aquellos hilos invisibles del destino, hilos invisibles pero que dejan cicatrices.


En Hidalgo

En una de esas vino a vivir a casa.
Por muy poco tiempo convivió con nosotros, empezó todo muy bien pero se fue descomponiendo como una fruta madura y abandonada.
Por asuntos turbios y poco claros salió para no regresar.
Al tiempo que salió, tomó distancia, insoluble, insondable y ahora eterna.
Prometió regresar y platicar, nunca lo hizo.
Lo volví a ver un par de veces, la primera fue en el sepelio de mi abuelita paterna, lo vi triste, como derrotado, platicó muy poco y lloró mucho.
La segunda fue en Amecameca, mis papás habían comprado hacía tiempo una casa, ahora se había vendido y era tiempo de repartir aquellos magros y amargos dineros de una casa que se había hundido en la distancia y el desamor.
Ya saliendo del despacho del abogado, mi papá se fue por su lado sin despedirse, en una de esas lo vi justo frente a nosotros, del otro lado de la calle.
En eso pasó una nube de turistas con la mirada puesta en los volcanes, cuando pasó la nube mi papá ya no estaba, se había desvanecido como por arte de magia, una oscura arte de magia.
El tiempo, el implacable, marcó con tesón la distancia en años, muchos años de distancia.
El año pasado y por insistencia de mis queridos hermanos le llamé a su teléfono.
Al principio no reconocí su voz, había perdido el carácter de los años y quedaba una voz juvenil, casi adolescente.
Se sorprendió, incluso puedo decir que se sorprendió con mucha alegría, el gusto bailaba en la llamada, mientras hablamos de cosas intrascendentes la plática fluyó amable.
Cuando tocamos el tema de su salud se evaporó la alegría de la llamada, de nuevo surgió la distancia y la frialdad.
Casi al finalizar la llamada, le dije que le llamaría para saber del resultado de unos análisis médicos. Se negó en redondo.


En el Chontacuatlán

  -Yo te llamo- me dijo una y otra vez. En el aire pesaba la imagen de que no lo haría.
Ya para despedirme, todas las historias, las caminatas, las risas, las reuniones, la música, la vida entera giró sobre mi cabeza y me nació decirle “Te quiero”
Sin embargo la frase murió antes de salir de mi garganta, nunca vio la luz y jamás llegó a su corazón moribundo.
No llamó nunca, al paso de dos o tres días le marqué de nuevo, la llamada no entró.
A lo largo de una semana insistí, aun cuando había quedado claro desde la segunda llamada que no hablaría nunca más conmigo.
Siempre fue partidario de la vida, y tanto fue así que vivió hasta que no pudo más, jamás se rindió, su esfuerzo lo llevó a morir el 30 de marzo de 2019, fecha en que Lupita y yo estábamos en nuestra amada Cuba.
No pude estar en su funeral y no estoy seguro que hubiese asistido.
Al emprender el retorno a la Ciudad de México, por alguna razón paramos en un pequeño parque en Regla. Una visión llenó de pronto mis recuerdos, tanto que salí del coche para constatar la imagen
En la esquina, el busto de Martí lleno de flores me saludaba desde el recuerdo de mi papá.




No juzgo a mi papá, no lo culpo, no lo lleno de insultos huecos e improperios carentes de contenido, eso solo me convertiría en un mezquino y miserable, en todo caso solo lo puedo señalar como un ser humano, tal como lo soy yo.




Tan solo quiero despedirme papá, decirte como lo hizo Mowgli con Akhela, como lo hice en silencio con Jorge, como lo hice con pesar de mi abuelo:
 Buena caza hermanito.




Les he pedido que escuchen "El dueto de las flores" pues era la pieza que más le gustaba a mi papá, si no han podido, les ruego se tomen un momento y la escuchen, es la reconciliación con la vida.